Llevo más de dos años comprándole juguetes Lego a mi hijo sin importar si eran o no apropiados para su edad. En secreto, los he comprado para mí, pues cuando era niña nunca tuve la oportunidad de jugarlos. Sin embargo, desde hace dos semanas, mi hijo finalmente se enamoró de ellos y pasa horas enteras construyendo naves y estaciones espaciales.
Aunque la mayoría del tiempo juega bien, algunas veces se desespera y los deja a un lado. Entonces, le recuerdo lo afortunado que es ya que millones de niños en el mundo tienen que jugar con lo que encuentran en la basura. Esta es la historia del adolescente boliviano Esteban Quispe, el genio que construyó una réplica de Wall-E, el tierno robot de la película de Disney, con componentes reciclados de los basureros de su ciudad.
Cuando leí esta historia en Twitter la semana pasada, me cautivó. Este joven de diecisiete años—nacido en la pobreza en una pequeña población llamada Patacamaya al sur de La Paz—hacía artesanías de insectos de alambre para ayudar a sus papás. Un día, alguien compró una de sus arañas de metal y lo retó a que lograra hacer que se moviera por sí sola. Debido a que no tenía los recursos para comprar los materiales, recicló componentes electrónicos de los basureros locales.
“Desde diciembre de 2015—cuando esta historia fue publicada por primera vez en CNN International—Esteban ha recibido múltiples ofertas de trabajo de todas partes del mundo. Sin embargo, su respuesta en una entrevista muestra la madurez y la humildad de este joven genio: “No quiero trabajar todavía. Quiero estudiar y aprender más”.
Otra persona en su posición probablemente habría aceptado la mejor oferta y la fama agregada. Pero este joven emprendedor quiere crecer como inventor y entrenar sus habilidades para ayudar a su comunidad. Además de soñar con llegar algún día a la NASA, Esteban quiere inventar un robot que ayude a los campesinos bolivianos durante la dura época de siembra y cosecha.
Al terminar de ver la entrevista, busqué un club científico para inscribir a mi pequeño. Durante el verano él asistió a unas vacaciones recreativas de este tipo y quedó fascinado; hasta me pidió un microscopio.
“Pero a la hora de decidir las actividades extra-curriculares, mi esposo y yo nos enfocamos más hacia las deportivas. Si bien es cierto que la actividad física es importante para fortalecer sus músculos, también debe ejercitar el órgano más importante: su cerebro”.
La sociedad les da mucho valor a los deportistas, y sin discusión se lo merecen. Desde el próximo viernes, el mundo será testigo de la lucha por alcanzar la excelencia en las disciplinas deportivas de los Juegos Olímpicos de Río, y el sacrificio y la dedicación de los mejores del mundo serán recompensados.
Sin embargo, después de que las medallas de oro, plata y bronce sean otorgadas, y los ganadores y perdedores regresen a casa, a menos de que hayan firmado un jugoso contrato con una marca de ropa, estos maravillosos atletas serán olvidados por cuatro años, o tal vez para siempre.
“Quiero que mi hijo entienda, desde la temprana edad, que ser inteligente es tan popular como ser un deportista. Quiero que entienda que correr rápido o saltar alto solamente lo llevará al final del campo, mientras que su inteligencia y curiosidad lo puede llevar más allá de las estrellas”.
En conclusión, seguiré incentivando a mi pequeño para que practique los deportes que le gustan, pero también le voy a comprar más Legos y el microscopio que me pidió. No espero que construya un robot como Esteban Quispe, pero si quiero que se haga preguntas y experimente para construir su propia grandeza. Quien quita, de pronto invente algo que podamos patentar para asegurar nuestro retiro en un hogar geriátrico de primera clase.
Foto de portada: www.eldeber.com.bo/
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